Los Campbell, los MacLeod, los MacLean, MacKenna… ¿Solo me pasa a mí, o es que en las novelas de Highlanders siempre aparecen los mismos? Y es que elegir un buen nombre para un personaje no es tan sencillo (ni tan baladí) como podría pensarse en un principio.
Escocia, cuna de nuestros rudos héroes, no es (geográficamente hablando) muy grande, pero tenía una interesante mezcolanza de gentes, lenguas y culturas que, obviamente, se veían reflejadas en la construcción de los nombres. O, dicho de otra forma, no todos los hombretones con kilt y tartán eran unos «Mac».
Para empezar, el concepto de «nombre (+ segundo nombre) + apellido hereditario» es un concepto moderno en toda Europa, que no se generalizó en las Lowlands (o Tierras Bajas) hasta el siglo XV, mientras que en la Escocia gaélica (las Highlands, o Tierras Altas), la fórmula «nombre + patronímico» sería la norma hasta bien entrado el XVII.
Durante la Edad Media, las personas recibían un nombre al nacer, y otro que le distinguiría de otros que portaran su mismo nombre. Vamos, un sobrenombre, como sigue ocurriendo en los pueblos pequeños hoy día. ¿Juan? ¿Qué Juan? Pues Juan el Maestro. ¡Ah, vale!
Los sobrenombres, por tanto, ofrecían una información relevante para diferenciar a una persona de otra, y las había de diversos tipos: algunos hacían referencia a la toponimia, otros al aspecto físico, otros al nombre del padre… o de la madre. Y, del mismo modo que (lógicamente) en las zonas dominadas por los vikingos los niños recibían nombres de origen escandinavo, mientras las zonas donde sobrevivían los pueblos celtas se daban nombres gaélicos, los sobrenombres tampoco eran los mismos.
Así, en las Lowlands abundaban los sobrenombres referidos a zonas geográficas, donde vivía el tipo en cuestión, o (en el caso de la nobleza) que eran propiedad de uno:
Robert de Beredick (siendo Beredick un burgo de Aberdeen); Johne de Myll (un tal Johne que vivía junto a un molino), o Donald de Mar (Donald, el duque de Mar).
Por el contrario, entre los Highlanders no se estilaban las referencias geográficas; las relaciones familiares eran mucho más importantes, y se preferían los patronímicos (nombre del padre) o matronímicos (de la madre):
Mal mac Cathail (Mael, hijo de Cathal); Gilbert fiz Beatrice (Gilbert, hijo de Beatrice).
Los sobrenombres que destacaban algún rasgo físico, o bien la profesión del interfecto, se utilizaban a lo largo de todo el territorio (siempre teniendo en cuenta las preferencias de cada zona):
Malcolm Begge (Malcom el Pequeño); Mairiot Ruadh (Mairiot la Pelirroja); Aleyn Littester (Aleyn el Tintorero).
Una curiosidad: hasta el siglo XVII, las mujeres escocesas no cambiaban su apellido al casarse (por aquello de que, en realidad, el sobrenombre que definía al esposo nada decía sobre ellas), por lo que podía darse el caso de que, en una familia, todos los miembros tuviesen un «apellido» diferente.
Imágenes de Calla Negra en Pixabay
Artículo realizado por Violeta Otín.
(Fuente: medievalscotland.org)