La aritmética de la belleza en las novelas románticas

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La aritmética de la belleza en las novelas románticas

Es bien sabido por toda lectora de novela romántica que el contenido de nuestras lecturas son un amplio bagaje de la belleza física bien descrita, ya sea una belleza ensalzada a golpe de poesía satírica similar a la nariz de Luis de Góngora, o bien discurra por otros derroteros mediante la insigne mano escultora de Miguel Ángel.

Las autoras, distanciándose de todo lo que recuerde a Picio, esculpen con buena letra y buen tino la complacencia que nuestros sentidos quieren percibir sin que la deformidad haga mella en nuestras mentes lúcidas porque, como se suele decir, para feos bastantes tenemos en la vida real. Si consideramos que en este mundo terrenal nos influyen y avasallan a través de cuerpos yogurines a base de medidas estrambóticas por lo reducidas en su contorno y, por lo tanto, queremos entrar a rosca en la talla 38 teniendo una 42, la avidez de una escritura en sumo escultural ha de ser tan infinita como matemáticamente satisfactoria.

Encontrarnos con un protagonista masculino «a una nariz pegado, una nariz superlativa, una nariz sayón y escriba», no es el paradigma de belleza que anhelamos en la ficción romántica pero, la autora, con el estilete de su sabia sapiencia, tendrá la dignidad de dar forma a tan consagrada figura geométrica dotándolo con otro rasgo más certero que lo convierta en un Adonis. Llegadas a este punto, el carácter podrá ser el posible candidato para acceder a la belleza de los sentimientos y a la privación de la superficialidad que lo degrada. Este hecho nos hará olvidar cualquier ofensa que ilustre nuestra imaginación para gozar de aquellas cualidades que lo hacen único e irrepetible. Cualquier protagonista elevado a cero, el resultado ha de ser uno mismo por su tendencia al narcisismo.

Sin embargo, si aseguramos nuestras monturas y cabalgamos bajo el influjo de la excelente estilográfica que crea historias noveladas tomando como referencia hechos históricos, con personajes que han sido personas llenas de sangre y huesos, de amores y odios, es decir, de todo aquello que la herencia de la genética imprime en el individuo y que ni la divina providencia de una mano y una mente maravillosa puede doblegar, es por ello que, en ocasiones, me encuentro con que la analogía física entre personaje real y ficticio es tan rigurosa como una división inexacta.

En realidad, la verdadera belleza radica en la maestría con que se dirigen los sentimientos y el cauce de la historia que los sustenta.

Si la imperfección conductual es un rasgo común entre los protagonistas femeninos y masculinos dentro de la novela romántica, tanto que hasta nos llega a parecer bella aún estando bien surtidas de la misma en nuestro entorno natural, ¿por qué la imperfección física no hace acto de presencia con igual asiduidad? En este caso, ¿se podría aplicar una regla de tres?

¿Qué importancia le dais a la belleza física en la novela romántica?

Solución: La belleza está en el interior del corazón.

Artículo realizado por Crishi.

Imágenes de Pixabay.

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