Dado que somos muchas las lectoras de novela romántica que nos sentimos fascinadas por las «novelas de indios», hemos creído conveniente hacer un huequecito en nuestra sección «¿Sabías que…?» a un artículo que nos diera un poco de luz sobre el tema. Por ello pensamos que nadie mejor que la escritora Olalla Pons, que no solo escribe sobre ello sino que además es una gran conocedora de estos pueblos. Se lo propusimos, accedió y a continuación podéis leer su artículo.
Muchas son las novelas y películas en las que se nos muestra a los indios norteamericanos asaltando ferozmente el ferrocarril o la diligencia. Lanzando flechas sin piedad, o blandiendo con ferocidad el hacha de guerra para después cortar las cabelleras de hombres incautos y mujeres inocentes.
Otras, en cambio, nos revelan su faz más romántica, mostrándonos a unos pueblos de valientes y orgullosos guerreros cruzando las extensas llanuras sobre sus rápidos e indomables ponis pintos. Maquillados todo el cuerpo con pinturas rituales y luciendo hermosas plumas de águila real en la cabeza, para después celebrar el botín o una ceremonia ancestral bailando alrededor de una hoguera al son del tambor y de los cascabeles que portan orgullosos en los tobillos…
Pero, ¿quiénes son, y sobre todo, quienes fueron en realidad los indios norteamericanos?
Dejadme que empiece por el principio.
¿Sabías que en América del Norte, antes de la llegada de los europeos, vivían infinidad de naciones?
Por desgracia, muchas de ellas se han extinguido, y otras, aunque todavía intentan conservar sus culturas ancestrales, tan solo queda de ellas un nostálgico eco de lo que un tiempo fue y jamás volverá.
Pero no os quiero aburrir poniéndome melodramática ni reivindicativa (eso lo dejaré para mis novelas). Hoy, si me dejáis, os propongo que me acompañéis en un viaje muy interesante: El de los primeros pobladores de América del Norte, los nativos norteamericanos.
Siguiendo a las grandes manadas de bóvidos y rumiantes, lo primeros pobladores americanos cruzaron el estrecho de Bering hace aproximadamente catorce mil años. Sin embargo, de forma «oficial» no es hasta 1492 cuando Europa y América, dos culturas bien distintas, sufrieron el primer y brutal encontronazo. Se estima que antes de la llegada de Colón, existían entre diez a noventa millones de indígenas, y antes de la Segunda Guerra Mundial, diezmados por las guerras, las masacres y las enfermedades desconocidas traídas por el hombre blanco como la viruela, quedaban alrededor de ochocientos mil. Si restamos, la diferencia es considerable.
Os nombraré algunas de las naciones más conocidas, muchas de ellas desaparecidas y el resto confinadas en reservas.
Muy al norte se encontraban los Inuit. Al sureste los Creek, Apalache, Cherokee… Al suroeste los Indios Pueblo, Hopi, Navajo, Apaches…
Y en las grandes llanuras centrales los Opway, Pies Negros, Arapaho, Cheyenne, Crow, Pawnee y los Sioux (Lakota, Dakota y Nakota) quienes voy a reseñar en este artículo.
Los Lakota vivían en lo que hoy es el estado de Dakota del Sur, y su lugar sagrado eran las Black Hills (Paha Sapa). Vivían en tipis, tiendas confeccionadas con pieles de bisonte de estructura cónica, decoradas con pinturas de cacerías y dibujos geométricos muy parecidos a las pinturas rupestres. Los tipis eran fácilmente desmontables, pues los Lakota eran cazadores-recolectores, es decir, nómadas que se desplazaban por su extenso territorio tras las grandes manadas de Bisontes. Como apunte, os diré que tras la llegada de los españoles pronto adoptaron el caballo y las armas de fuego, con lo cual, la caza se hizo más fácil, aumentaron en número y se transformaron en temibles guerreros y excelentes estrategas. Eso dio pie a que se consolidara una nueva cultura, la de los indios de las praderas.
Su estructura social era compleja. Se formaban en bandas (untiyospaye), que se agrupaban en tribus (unaoyate) y todos ellos formaban un grupo (tetón).
Su religión era más bien una filosofía animista profundamente ligada a la Naturaleza. Para el Lakota, todo en ella tenía alma. No solo los animales y las plantas sino también las piedras y las montañas. Incluso los fenómenos naturales como el viento, el rayo y las nubes tenían poder. Hasta el calor del caballo, el olor de las flores, gozaban de un espíritu y eran dignos de respeto y reverencia.
Una de las ceremonias más conocidas e importantes, y que en algunos lugares todavía se sigue realizando a pesar de que estuvo prohibida por el gobierno de los Estados Unidos hasta hace poco, es la Danza del Sol. Durante esta ceremonia se clavaban dos maderas en la piel del pecho y los danzantes bailaban hasta caer exhaustos alrededor de un poste bajo el sol con el fin de obtener una visión que les marcara un camino a seguir, o simplemente para demostrar su valor.
Pero era a la Madre Tierra a quien rendían principal culto. Ella era la que les daba el sustento, los cobijaba como hace una madre con sus hijos y por eso se negaban a cultivarla, pues para ellos significaba «rasgar el pecho de su madre».
De niño, cualquier guijarro bonito tenía un valor para mí; todo árbol en crecimiento era un objeto de reverencia. ¡Ahora rindo culto con el hombre blanco ante un paisaje pintado cuyo valor se calcula en dólares!
Ohiyesa.
Los Lakota no construían templos, la Madre Tierra era el santuario de Wakantanka (El Gran Misterio) el espíritu creador al que rendían culto en solitario y de forma silenciosa. Los Lakota no tenían sacerdotes ni rendían cuentas a nadie de su espiritualidad y por ese motivo no había problemas de credos.
Escucha, o tu lengua te volverá sordo
Proverbio Sioux.
También adoraban a Ptehinralasanwi, (Mujer Búfalo Blanco). Ptehinralasanwi era una dama que se presentaba durante las visiones o sueños como una mujer joven o una anciana, siempre cubierta por una piel de búfalo blanco, que les señalaba los lugares donde podrían hallar a Tatanka, el Hermano Bisonte.
Tatanka era su principal fuente de alimento, del que extraían prácticamente casi todo. Piel para hacer vestidos, mantas, tipis, mocasines, carne como alimento, huesos y astas para confeccionar armas, cuentas de adorno para la ropa, nervios y tendones para fabricar cuerdas, armas etc…
Algunas tribus tenían un caudillo guerrero dedicado también a la política y responsable principal del bienestar de su pueblo. El «Jefe» era el principal responsable, servidor y protector de su tribu, debiéndose a ella principalmente en cuestiones de sustento y bélicas. Pero la organización tribal era libre y la elección democrática, por lo que el principal núcleo político lo presidía el Consejo Tribal.
Un importante pilar en el Consejo era el hombre medicina, encargado de los asuntos religiosos, curandero, y conductor de ceremonias.
Pero era la familia la unidad social básica de los Lakota, dentro de la cual se prohibía el matrimonio. Teniendo en cuenta que el clan no era más que la ampliación de esa unidad social, es decir, que el mismo clan era una familia, los Lakota tenían la costumbre de contraer matrimonio con clanes distintos.
La misión de la mujer era guardar el hogar. Ellas eran las dueñas de las propiedades familiares, incluidas todas sus pertenencias. También las responsables de la educación de los niños, que les pertenecían, y no adoptaban el nombre de su esposo sino que conservaban el suyo propio. Eran también guardianas de la moral y la pureza de sangre. El linaje se transmitía por parte de madre y el honor de toda la familia recaía ella. Era la modestia su principal virtud, por eso las jóvenes eran especialmente reservadas y silenciosas. Eso no quiere decir que su voz no fuera escuchada, de hecho eran consideradas sagradas por ser hacedoras de vida, y una mujer anciana, sabia, o que hubiera demostrado un valor notable en una situación de emergencia podía ser invitada a sentarse en el Consejo Tribal.
Como curiosidad decir que cuando una mujer tenía el período ejercía tal influencia y poder sobre cualquier hombre, medicina o acontecimiento sagrado, que los hechizos o las peticiones que se realizaran a los espíritus podrían verse afectadas por su influencia, incluso llegando al caso de que sucediera lo contrario a lo solicitado. Por ello, cuando una ceremonia no tenía el efecto esperado los chamanes se justificaban diciendo que tal vez la Luna de una mujer había influido.
Por otra parte, el hombre únicamente tenía la obligación de cazar y guerrear. Podía asumir la responsabilidad de una o más esposas si tenía la capacidad de mantenerlas. Generalmente se trataba de hermanas, amigas, o la viuda de algún un amigo, lo que por supuesto incluía a todos sus hijos. Si el hombre era de posición elevada podía proporcionar un tipi a cada una, si no era el caso, vivían todos juntos. El divorcio era posible cuando se trataba de una causa justificada, pero la infidelidad en cualquiera de los dos contrayentes era castigada con la amputación de algún miembro.
Los niños eran lo más valioso para la tribu, pues eran el futuro de la misma. Durante su primer año de vida eran considerados sagrados, pues se creía que durante ese tiempo eran vulnerables a los malos espíritus y por ello eran cuidados con especial atención. Después, se les otorgaba un nombre, que podía ser un acontecimiento importante en el momento del nacimiento, o un apodo relacionado con su personalidad, o bien tenían un significado espiritual.
Pero una de las figuras claves en la sociedad Lakota eran los ancianos. La educación de los niños recaía absolutamente en los abuelos, ya que sus padres, demasiado ocupados en la vida cotidiana, no estaban preparados para transmitir la sabiduría apropiada. Y si los abuelos habían fallecido, la educación recaía sobre los sabios notables de la tribu.
«El guerrero no es alguien que pelea, no tiene derecho a tomar la vida de otro. El guerrero, para nosotros, es aquel que se sacrifica por el bien de los demás. Su tarea es cuidar a los mayores, a los indefensos, a aquellos que no puedan hacerlo por su cuenta, y sobre todo a los niños, el futuro de la humanidad»
Tatanka Iyotanka, (Toro Sentado)
No me gustaría finalizar este artículo sin confesaros mi tristeza, pues la forma de vida de los indios de las praderas, con sus virtudes y defectos, hoy día no ha sobrevivido al hombre blanco. Pero nos ha dejado verdaderas joyas filosóficas, culturales y ecológicas de una riqueza sin igual sobre las cuales podemos aprender. Los antiguos Lakota se fueron y no volverán, pero siempre nos quedará su sabiduría.
En una ocasión, una nube le dijo a un lago: eres un arrastrado, siempre lamiendo la tierra. Yo desde lo alto lo veo todo, y tengo sabiduría de las cosas. Cuando el lago fue a contestarle, ya no estaba, se la había llevado el viento…
Tasunka Witko, (Su caballo es loco)
Artículo realizado por la escritora Olalla Pons, autora, entre otros, del libro Pluma Roja.
Fuentes: http://www.cainmo.com/ – http://nativeamericanencyclopedia.com/
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Imagen De Frank A. Rinehart – Rinehart Indian Photographs collection, Haskell Indian Nations University. LJWorld.com – Photogalleries, Dominio público, Enlace
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