Solo a su hermana se le podía ocurrir celebrar la Navidad en una cabaña en medio de la nada, en Dakota del Norte.
Que una tormenta de nieve le atrapara por el camino, era algo que Sean tendría que haber previsto. Que su navegador dejase de funcionar y que no tuviera cobertura en el móvil, también.
Gracias al cielo, cuando ya desesperaba porque caía la noche, vio el desvío que tenía que tomar y unas luces a lo lejos.
¡Por fin!
Aparcó y, temblando de frío y maldiciendo al mundo, consiguió llegar hasta la casa. De su interior salían los acordes de una canción navideña.
Llamó, esperando que le recibiera algún miembro de su familia.
Pero no fue ninguno de ellos quien abrió la puerta.
Fue un hombre vestido de policía —de mujer policía—, con unas esposas en la mano y una falda tan corta que más bien parecía un cinturón. Tras él, aparecieron unos cuantos hombres más, todos ellos con disfraces de mujer, a cuál más provocador.
¡¿Quiénes eran aquellos tipos y dónde estaba su familia?!
