Coleccionar todos los libros de una autora de romántica es misión imposible

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Coleccionar todos los libros de una autora de romántica es misión imposible

Quién más o quién menos, en algún momento de su vida, ha decidido hacer alguna colección: piedras, sellos, tarjetas, cajas, búhos, brujas ¿sigo? Sí, se puede coleccionar de todo, hasta novios llegado el caso.

Pues bien, sea por esta extraña inclinación que parece sentir el ser humano, o por el dramático trauma que me ocasionó en la niñez no completar el impresionante e ilustrativo álbum de cromos del pan Bimbo (mama, traidora, nunca te perdonaré que te pasaras a Panrico), cuando llegué a la “madurez” (lo que hace cobrar una nómina al final de mes), decidí coleccionar novelas románticas.

¡Ay, qué tiempos aquellos!

Comencé comprando, cual posesa, cualquier libro de la última escritora que me había cautivado. Y es que los quería todos, del primero al último. Era tal mi obsesión, que hasta llegué a comprar la misma novela dos veces. Qué digo dos y hasta tres (en mi descargo diré que al listo de turno que se le ocurrió la idea de publicar la misma novela con distinto título le deseo una larga vida y una prolífera familia llena de hermosas niñas, locas por los vestiditos y los complementos de la Barbie, ¡te vas arruinar, chaval!)

En fin, hecha esta aclaración, sigamos. Tristemente para mí, con el tiempo me di cuenta de que conseguir todas las novelas de mis autoras predilectas podía ser en muchos casos misión imposible, y de esto, gracias a Dios, no tenía culpa alguna mi santa y sabia madre. No, de esto, la culpa debía tenerla los cuñados del anterior, que tienen la obsesión de sacar una y mil veces los mismos títulos, pero nunca les da por el que se encuentra hace años descatalogado, no vaya a ser que vaya alguien y lo compre.

Desgraciadamente a la terrible conclusión de que me iba a volver a quedar otra vez con el álbum a medias, habría que añadirle otro mal: y es que por entonces ya me había convertido en madre. ¿Que por qué digo esto? Porque un día a esa madre (mejor no vamos a dar nombres, ante Dios no hay héroes anónimos), como jefa de intendencia y máxima representante de la limpieza y el orden en el hogar, le da la tontuna de entrar en su habitación, armada del Pronto y bayeta, dispuesta a dejar sus estanterías en perfecto estado de revista.

Sobra decir que tres horas después, esa misma madre, ya sabéis, la anónima, se había convertido en la prima hermana de Zarzamora contemplando las cordilleras del Himalaya en que se habían convertido sus estantes.

Y es que hay que tener las cosas claras: el equilibrio estético está reñido con la novela romántica, a no ser que renuncies a volver a saber dónde está, ni por aproximación, un determinado libro.

En vista del descalabro y fiel al lema “una madre nunca se da por vencida”, busqué la solución: los coleccionables. ¡Qué gozada! Sí, qué gozada si no fuera porque… ¿otra vez Johanna Lindsey? Pues va a ser que no. ¿Y encima no puedo comprar sueltos los que me faltan? Pues eso que pierden. ¿Y qué hago con los que ya tengo? Como te pases de listo, a ti los hijos te van a salir aficionados a los pokemons en todas sus variantes.

Hoy, esa misma madre está a unos años de convertirse en abuela y mira sus estantes: los Carpatos y los Apeninos, allí los Pirineos y debajo los Urales, con una inusitada e irresponsable complacencia. Dejo que sean otras las que sueñen con poder tener los libros de una serie en el mismo formato o todos los libros de una autora en trade o en bolsillo, aunque uno mi voz, alta y clara, a las suyas para reclamar “a quien corresponda” porque un día ese sueño pueda hacerse realidad. Entiendo que no llegaré a vivir tanto y, mientras tanto, no he encontrado mejor método para luchar contra la demencia senil que el reto que supone ordenar mis estanterías de romántica.

Y es que tenía razón mi madre: Hija de todo se aprende y el Panrico cunde más…

¡Gracias, mama!  


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