¿Deben contener sexo las novelas románticas?

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¿Deben contener sexo las novelas románticas?

¿Qué busca una lectora de novela romántica cuando compra un libro?
¿Aventura? ¿Intriga? ¿Romance? ¿Sexo?

Como para gustos son los colores del arco iris, cada una tiene sus preferencias y en su paso por las librerías elije lo que más le agrada. Normalmente, y en la mayoría de los casos, sondeamos en las sinopsis buscando una que tenga todo a la vez.

La novela romántica sin lances, traiciones, venganzas y amores más o menos desafortunados, unos cuantos malvados y unos protagonistas masculinos que han sufrido lo suyo antes de encontrar a la heroína que lo redime, parece que no cuaja demasiado.

Eso sí, ahora viene la pregunta clave: ¿Sexo, sí? ¿Sexo, no? A muchas lectoras les parece que una novela no es del género romántico sin una buena escena caliente –unas las prefieren delicadas, sugerentes, que le hagan imaginar más que ver; otras las precisan claras, que no dejen nada a la imaginación-. ¿Por qué una novela romántica debe tener, forzosamente, una escena de cama? Yo soy de las que pienso que no es necesario.

Leed atentamente la siguiente historia y a ver si echáis en falta la típica escena de sexo.

Un joven marinero, durante la época en que Napoleón estaba prisionero en la isla de Elba, está enamorado de una muchacha de clase más alta que él; ella le corresponde. Sin embargo, la vida distancia a los amantes, una serie de traiciones, de falsas acusaciones diciendo que el joven es un espía al servicio de Inglaterra, dan con él en una prisión en la que permanece durante un buen número de años. Allí conoce a un hombre culto, que le enseña muchas de las cosas que sabe. El muchacho, por fortuna, consigue escapar de la prisión y regresa al lugar que le vio nacer para tomar venganza contra los que le traicionaron… y contra la mujer que no volvió a preocuparse por él cuando lo juzgaron y condenaron. Poco a poco va arruinando a todos sus enemigos, loco de ira porque, además, la mujer de la que sigue enamorado se ha casado con uno de los que le mandaron a prisión.

En esta historia hay, como podéis ver, todo lo que se busca en una buena novela romántica. Amor, traición, amistad y venganza, personajes malvados, un protagonista que sufre, que es injustamente condenado y al que el odio le convierte en un ser frío, irónico y casi déspota. Lances y hazañas, lugares de ensueño, fiestas fastuosas, se suceden página a página. Es, además, un canto a la amistad y una lección de humildad a quien se cree que puede jugar a ser Dios.

Pero en esta novela NO HAY SEXO explícito. No, no lo hay.

A pesar de no tener escenas de cama, ¿no os gustaría leer esta novela? ¿No os arriesgaríais a conocer lugares tan fantásticos como Marsella, Italia, paradisíacas islas del mediterráneo? ¿No os llama la atención saber en qué acaba la historia? ¿No os intriga saber si nuestro héroe consigue vengarse de sus enemigos, compensar a los amigos que siempre le fueron leales y reconquistar a su antiguo amor?

Yo, ya lo he dicho, soy de las que opina que no son necesarias las escenas de sexo en una buena novela romántica. Este tipo de literatura ha hecho las delicias de generaciones de mujeres (y algún que otro hombre) sin necesidad de recurrir, de manera explícita a las tórridas escenas de cama.

Estos son mis argumentos, pero soy muy consciente de que hay montones de lectoras que no son de mi misma opinión. Así que abramos el debate:

¿Tú qué opinas? ¿Dónde te posicionas? ¿Sexo sí o sexo no?

Por cierto, la novela de la que hablaba antes es El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, llevada a la pequeña y a la gran pantalla en multitud de versiones (una de ellas protagonizada por Gerard Depardier con una interpretación magistral). Una novela ROMÁNTICA (de acuerdo, no como las nuestas, pero romántica) y de AVENTURAS que ha hecho las delicias de millones de lectoras desde 1844 y que, al parecer, está basada en la auténtica vida de un francés que sufrió todos esos avatares.

Las aventuras de Edmundo Dantés son increíbles. Dumas debío escribirla pensando en nosotras, las románticas empedernidas. Si alguna no ha leído El Conde de Montecristo, no puede dejar de hacerlo.


Imágenes del artículos de Pixabay.

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