Aunque en la actualidad nos parece impensable, antes de la Época Victoriana, según la ciudad británica en la que se estuviera, la hora era distinta. Cada ciudad tenía su propio horario, y fue la llegada del ferrocarril, allá por 1825, lo que obligó a establecer un hora común para todos los lugares por los que pasaba y evitar así el caos.
Para que los ciudadanos pudieran saber la hora correcta y ajustaran sus relojes si lo creían necesario, se colocaron relojes en los ayuntamientos y en las estaciones de trenes. Gracias a esto, Inglaterra terminó teniendo un horario estándar para todo el territorio.
Uno de los relojes más importantes de la época, de hecho, el más famoso del mundo, es el Big Ben. Situado en el noroeste del Palacio de Westminster en Londres, es el reloj de cuatro caras más grande del mundo. En la base de cada una de las caras, con letras de latón, hay una inscripción en latín:
Domine salvam fac reginam nostram Victoriam Pirmam.
(Dios guarde a nuestra reina Victoria I).
Y su nombre, Big Ben, aunque se suele emplear para referirse a la torre en general, oficialmente es el nombre de la campana principal. Se cree que el nombre es en honor al primer encargado de la construcción, Benjamin Hall.
Otra curiosidad es que en esta época no existían los despertadores. Mucha gente se despertaba con la luz del día, o al cantar el gallo. Pero para los trabajadores de las fábricas, que tenían que estar puntualmente en su trabajo, era el ruido de las máquinas empezando a funcionar lo único que les indicaba que tenían que levantarse. Por si esto no funcionaba bien, existían los «llamadores», personas contratadas por las empresas cuya labor consistía en golpear las puertas de las casas de los obreros para despertarlos y hacerles saber que era hora de ir al trabajo.
Artículo realizado por Noabel.
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