Si hay un tema recurrente en la literatura, probablemente este sea el amor romántico. Desde los orígenes mismos de la ficción, han sido muchos los autores que nos han ido suministrando un nutrido repertorio de historias con sufridos amantes como protagonistas. Todos ellos obligados a pasar mil calamidades hasta lograr estar juntos. El esquema está presente en muchas obras de teatro de las antiguas Grecia y Roma. Y, avanzando un poco más en el tiempo, ¿qué sería de la Edad Media sin el amor cortés? Por no hablar de esta manía, ya completamente actual, que tenemos de shippear a los personajes de las series de televisión. Muchas veces, llegando a crear parejas imposibles que los guionistas de los shows de moda no han contemplado ni en sus sueños más salvajes.
Parece que a los humanos un idilio nos mola “cosa mala”. Y, si son complicados, más todavía. Que un buen salseo entretiene mucho. ¡Qué te voy a contar a ti!
Seguramente sea por esto por lo que la Novela Romántica ha gozado de tanta popularidad desde sus orígenes.
Pero, ¿cuál es este origen? ¿Lo sabes?
La respuesta a la pregunta dependerá de a qué nos estemos refiriendo por Novela Romántica. De si hablamos de esas primeras historias que ensalzaban el amor, como las famosísimas obras de Jane Austen o las hermanas Brönte, o del primer título que dio forma al género tal y como lo conocemos en la actualidad.
Si te parece, hoy me voy a centrar en las primeras. La otra, ese germen del que nació la mal llamada Novela Rosa, lo dejo para el próximo artículo. Así se nos hace más liviano y no te tengo leyendo dos días seguidos, sin parar ni para comer. Que, cuando me pongo a escribir, no tengo tope.
Hace un momento mencionaba a Austen y las Brönte. Sin embargo, aunque te pueda resultar raro, la que se considera primera Novela Romántica de la historia de la literatura no salió de ninguna de estas plumas. No, el “galardón” no se lo lleva Orgullo y prejuicio. Tampoco Jane Eyre o Cumbres borrascosas. Quien abrió la puerta por la que hoy, casi semanalmente, nos llegan historias dispuestas a enamorarnos y hacernos creer en el amor eterno, fue un señor. Concretamente, un inglés llamado Samuel Richardson, quien allá por el año 1740 publicó una novela que llevaba por título Pamela, o la virtud recompensada. Una obra a caballo entre la ficción y la guía didáctica que toda buena señorita de la época debía seguir.
Por si no la has leído, o ni siquiera oíste hablar de ella, te cuento que Pamela Andrews, la protagonista de la historia de Richardson, es una muchacha de origen humilde. Pero bella y digna como pocas. Así lo demuestra al mantenerse firme ante los intentos de seducción del Señor B., el “señorito” de la casa a la que entra a trabajar. Desde el primer momento, el hombre queda prendado de ella y no deja de asediarla, dispuesto a hacerla suya valiéndose viles artimañas. Incluso llega a secuestrarla. Sí, sí; así de burro era el tipo, para que te hagas una idea del panorama.
Todo esto lo va relatando la buena de Pamela en una serie de cartas que remite a sus padres. Porque era virtuosa, pero tenía poco pesquis, y no se planteó en ningún momento el sofocón que se iban a llevar sus progenitores al enterarse de lo mal que lo estaba pasando su hija. Y ellos ahí, lejos y sin poder hacer nada para ayudarla.
¡Ains! Pam, chica, hay determinada información que es mejor omitir. Más que nada, para no preocupar a los demás. Eso, las que estamos más picardeadas que tú, lo aprendimos casi al mismo tiempo que empezamos a hablar.
No sé si será porque, como he dicho, los destinatarios de las misivas eran sus padres, y eso condiciona mucho a la hora de colgarte la medalla de santita. Pero lo cierto es que Pamela se mantuvo firme ante los nada sutiles intentos de acercamiento realizados por su señor. Más aún, la joven llega incluso a intentar suicidarse ―¡¡¡Y esos padres leyendo esto!!!―. Pero tú tranquila, que la historia termina bien. No puede ser de otra manera, si de verdad estamos hablando de una Novela Romántica.
Al final, el señor B., conmovido por la intachable virtud de la doncella, sufre un cambio de corazón. Sigue empeñado en tener a nuestra protagonista a toda costa, pero ahora sus intenciones son honorables, por lo que le propone matrimonio. Y, claro, se casan.
Qué quieres que te diga, pero yo esto de unir mi vida a la de la de mi secuestrador… No sé, no termino de verlo. He leído varios casos, no solo el de Pamela, pero sigue sin convencerme. Debo ser muy rencorosa, pero hay cosas que no estoy por la labor de perdonar. ¡Ni hablar!
En fin, el caso es que el paso por la vicaría no es el final, pues la historia tuvo su continuación en una segunda parte. Donde Richardson deja que su heroína explique a los lectores todo lo que hubo de pasar para adaptarse a su nueva vida como señora.
La novela fue un éxito en su época. Y en la actual, seguro que también lo sería. Si, partiendo de esta historia, un grupo de guionista preparan un script, ¿qué te apuesta a que la serie rompería las audiencias? No me negarás que la historia tiene todos los ingredientes necesarios para enganchar al personal. Si yo trabajara en una productora, me estaría planteando el proyecto muy seriamente.
A la Pamela de Richardson, además de la primera Novela Romántica de la historia, también se la considera la precursora del género epistolar. Y, tan famosas se hicieron sus andanzas, que dieron lugar a la publicación de varias parodias. La más reseñable de ellas es Shamela, firmada por Henry Fielding. Una revisión del personaje que, como se deja entrever en su nombre ―shame es vergüenza, en inglés―, da una visión muy diferente de la pura protagonista descrita en el original. Pero, lo que más curioso me resulta, es que incluso se organizaron clubes de lectura femeninos para debatir la obra. En ellos, se leía la novela y se comentaban las reacciones de Pamela ante las situaciones que iba viviendo ―entiéndase el acoso y derribo del Señor B. ―. Después, las señoras de más edad determinaban si la protagonista actuó bien o no. De este modo, aleccionaban con su sabia opinión a las más jovencitas del grupo.
Me habría encantado asistir a una de estas sesiones y oír lo que pensaban las damas de la época.
Artículo realizado por Adriana Andivia.
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