Sé que no a todas nos gusta la romántica paranormal. Yo misma, repasando hace unos días las fichas de los libros que he leído, me encontré con la de «El caballero de la brillante armadura» de Jude Deveraux y me sorprendió leer que a pesar de haberme gustado la novela, había encontrado poco creíble el tema del viaje en el tiempo… Casi muero de la risa, jejeje (tengo que aclarar que esa fue la primera novela que leí de este género).
Descubrir a los vampiros y algún que otro hombre lobo me fascinó, sin olvidar, por supuesto, los viajes en el tiempo que me encantan (bueno, qué voy a decir yo sobre ese tema, jejeje).
Estos seres musculosos, perfectos y que nos hacen suspirar a pesar de no ser humanos, poco o nada tienen que ver con aquellos primeros «no muertos» fruto de la literatura victoriana, pero que de igual manera fascinaron a los lectores de ese siglo y pusieron lo sobrenatural de moda. Tanto es así, que no fueron pocos los que afectados por la desbordante imaginación de los autores de la época que escribían sobre zombis y vampiros, creyeron ver cierto paralelismo entre estas historias y el Día de la Resurrección descrito en la Biblia y decidieron, por si acaso, asegurar las sepulturas de sus difuntos con jaulas.
Sí, habéis leído bien: jaulas.
Éstas, conocidas como «Mortsafe» e inventadas sobre 1816, no eran otra cosa que armazones de hierro que, hundidos en la tierra o asegurados con placas de metal, encerraban las tumbas para evitar el levantamiento de los no muertos y la exterminación de la humanidad a manos de éstos.
Estaréis pensando que todo esto suena demasiado fantástico incluso para la impresionable mente de los victorianos, ¿verdad? Pues sí.
El verdadero motivo de estos cerramientos mortuorios, era evitar el robo de cadáveres.
En el siglo XVIII las universidades en las que se estudiaba medicina, demandaban cuerpos sin vida para sus clases de anatomía. Y no faltaban voluntarios sin escrúpulos que, a cambio de unas monedas, exhumaban cadáveres para satisfacer dicha demanda.
La proliferación de los robos en los cementerios escoceses cercanos a las universidades donde se impartía esta asignatura, fueron los primeros en adoptar esta medida. Imitados poco después por los cementerios ingleses.
El descanso eterno de los difuntos de familias nobles y adineradas no corría peligro, pues contaban con panteones o pesadas lápidas que imposibilitaban el saqueo. Serían las familias acomodadas las que optaban por este tipo de protección. Otra versión menos llamativa, pero igualmente efectiva, consistía en sustituir los ataúdes de madera por unos de metal. Incluso algunos cementerios contaban con pequeñas torres de vigilancia para disuadir a los ladrones de cuerpos.
Los más humildes no podían permitirse este servicio que el cementerio ofrecía a la familia del finado y se conformaban con posar flores sobre la tumba para así detectar si alguien había estado hurgando en ella.
Como podéis ver, una explicación de lo más razonable que desbanca por completo la fantasiosa historia del levantamiento de los muertos. Aunque he leído que las autoridades alentaron en más de una ocasión la historia de los no muertos y hacían la vista gorda ante los robos de cadáveres, debido a las presiones que recibían del sector científico.
Han sido pocos los «Mortsafe» que han llegado hasta nuestros días, aun así me ha parecido una historia curiosa que creo merecía la pena compartir.
*Artículo realizado por la escritora Ana F. Malory.
Fotografía del mortsafe By Judy Willson – Wikipedia:Contact us/Photo submission, CC BY-SA 3.0, Link
Imagen de Albrecht Fietz en Pixabay