Tenía muchas ganas de saber la historia de Alex, el "villano" de los cuatro. Más al saber que su chica se llamaba como yo, Laura.
Y lo primero que deja claro es que todos somos los villanos en la historia de alguien y por eso, tenemos que escuchar todas las versiones de la historia antes de juzgar o criticar. Amén de que las apariencias engañan.
La química está presente entre ambos y esa inspiración prerrafaelita con Ophelia, una de mis pinturas preferidas. Sobre todo porque, jamás fue un acuerdo de conveniencia y sí de amor, pero no hay más ciego que quien no quiere ver. Y por eso, la lucha entre razón y corazón siempre ha estado muy presente entre ambos. Un amor contra el cual no se puede luchar y que motiva a ambos, aunque sobre todo a él, a emprender un viaje de autodescubrimiento y autoconocimiento en el que se dan cuenta de que, si no nos queremos y valoramos a nosotros mismos, incluyendo ahí el perdón, no podremos hacer lo propio con los demás.
También juega muy bien con la pareja con el hecho de que, a priori no se parecen y sí, puesto que ambos son unos supervivientes y las circunstancias les obligan a tomar posiciones o decisiones con las cuales a lo mejor no están muy de acuerdo, pero es en aras de un bien común. Y por tanto, se sacrifican por los demás. Otro rasgo de que sí que saben amar en contra de lo que puedan pensar. Y que su manera de hacerlo es sana.
De ahí que ellos, aunque reniegan el público del amor por motivos diversos, la realidad es que quieren que se les vea más allá y les quieran. Tal cual son.
Por supuesto, la novela cuenta con su toque reivindicativo como es el paternalismo y la ausencia de credibilidad o validez que sufre Laura como cabeza de familia o mujer que quiere estar al frente de un negocio, los cuales se siguen repitiendo a día de hoy. O cómo, por más que quiera, siempre está supeditada a un hombre. Al ambientarlo además en un pequeño pueblo rural, el lector es consciente de que los lugares que podemos considerar hogares lo son por las personas que habitan en ellos. Y que una familia no tiene por qué ser de sangre. Porque los amigos también pueden ocupar ese rol. En este caso, los desamparados lo demuestran muy bien. Muy diferentes entre sí, pero que se enriquecen los unos a los otros. Aunque los amigos también pueden ser tóxica. O al menos así me lo ha parecido la de Laura y Henrietta, porque alguien que para brillar apaga la luz de otro no le quiere bien. Por muy buenas intenciones que tengan. Sobre todo porque estas están llenas de daño. Voluntaria o involuntariamente, porque así lo hace Laura para con su hermano. Aunque, quitando eso, la familia Hayes es fantástica. De envidiar. Normal que así Alex los quiera en su vida. Interesante ha sido la inclusión de la adicción al poder y su metáfora con el alcohol que sufren dos personajes y cómo en paralelo se ve que el comportamiento es idéntico. Y más interesante es la inversión de roles en la pareja, ella fuerte y él sentimental y vulnerable. Haciendo así ver que hablar de sentimientos no es ser débil, sino fuerte. Así que es una historia de segundas oportunidades maravillosa y que ya deja con ganas de saber de Neville, el más especial de los cuatro.