Lo que dure la eternidad

 
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Una novela inolvidable
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La verde tierra de Irlanda es el escenario sobre el que se inicia Lo que dure la eternidad. En este país, envuelto de leyendas, mitos y misterios, se concibe la leyenda del que es llamado como el Fantasma de Killmarnock.
Después de todo, ¿qué mejor enclave dónde situar la historia de amor entre Dargo, el señor de Killmarnock, y Cristina, una joven tasadora de pinturas?

En el S. XVI Dargo Alasdair de Killmarnock era el primogénito del conde de Killmar, un joven sin responsabilidades ni preocupaciones importantes que empañaran su existencia. Se dejaba guiar por sus instintos -a menudo sus más bajos instintos- y para él las mujeres eran un mero entretenimiento. Fue una de ellas, su encaprichamiento hacia ésta, la desencadenante de su triste destino y los que originaron los hechos que más tarde dieron pie a su propia leyenda…

El 22 de diciembre de 1535, apenas unos días antes de la Navidad, el castillo de Killmarnock fue atacado por su más acérrimo enemigo quien, a su paso, asesinó y masacró a hombres y mujeres indiscriminadamente. Aparte del odio hacia el conde de Killmar, lo movía la búsqueda de una reliquia sagrada: la sandalia del hijo de Dios, que desde tiempos inmemoriables se encontraba bajo la custodia del señor de las tierras de Killmarnock.
El propio Augustus, conde de Killmar, fue abatido bajo la espada de su rival cuando se negó a desvelar su paradero. Ausente, Dargo no pudo evitar la matanza y eso encolerizó a su propio padre quien, con su último aliento de vida, lo maldijo a vagar como un fantasma errante entre los muros de Killmarnock, una vez llegara la hora de su muerte.

Casi quinientos años después, en pleno S.XXI, Cristina Ríos, es una joven tasadora de obras de arte que es enviada a Dublín para tasar las pinturas del actual conde de Killmar: Kevin Dargo Killmar.
Nada más verlo, Cris siente una animadversión inmediata hacia el actual señor de Killmarnock, ya que éste le parece frío, déspota y un ególatra insufrible.
Pero poco después realiza el más asombroso de los descubrimientos: nota la presencia del legendario fantasma de Killmarnock entre los muros del castillo.

Aunque en un principio trata de convencerse de que no es más que producto de su imaginación tras oír en innumerables oportunidades la leyenda del fantasma, no tarda en comprender -aunque la lógica no parezca tener lugar en ello- que realmente existe un fantasma, que no es otro que el alma penitente de Dargo Alisdair Killmar.
En ocasiones, logra incluso vislumbrar su rostro cuando éste se materializa ante ella. Pero en realidad no es más que producto de la magia del fantasma. Éste no posee cuerpo, sólo un alma desgarrada por los remordimientos y la culpa, un alma que lleva vagando durante cinco siglos entre los muros de Killmarnock.

Mientras realiza su trabajo como tasadora un vínculo nace entre ella y Dargo, y tras éste una atracción y el descubrimiento de unos sentimientos que no tienen cabida entre ambos. Después de todo, ¿cómo puede enamorarse del fantasma de un hombre muerto cinco siglos atrás?

Cristina comprende que, tal vez, su amor por Dargo sea imposible, pero sí que existe una posibilidad de salvar su alma. Para ello debe desentramar el contenido de la leyenda y hallar el modo de romper la maldición.
Mientras trata de liberar a Dargo de su errar eterno, extraños robos se suceden en el castillo a manos de alguien con oscuras intenciones…

Lo que dure la eternidad es una novela que reúne los suficientes alicientes y elementos como para atraer el interés de cualquier lector de novela romántica: leyendas, maldiciones, guerreros irlandeses, villanos despiadados y una historia de amor más allá de la eternidad. Por todo ello, es una historia que, en mi opinión, deja huella.

La trama transcurre mayormente en la época actual, después de que la maldición sea lanzada sobre Dargo, aunque hay unos fragmentos en los que conocemos el origen de la maldición lanzada sobre Dargo.
Las escenas que relatan el pasado, concretamente la noche de la masacre de la familia Killmar, por la crudeza, dolor e impotencia que reflejaban, son impresionantes y son un inicio asombroso y trepidante para una novela, intensa de principio a fin.

Dargo es un protagonista con muchas de las características de los héroes del género romántico, sobre todo carismático, por lo que cala muy hondo en el lector: es un hombre de aspecto viril y atractivo, con un carácter impetuoso y granuja, pero con profundos principios a pesar de sus devastadores errores.
Cristina es una joven con la que fácilmente podemos identificarnos porque es un mujer del siglo XXI, una mujer profesional, independiente, tozuda, liberal y con un carácter muy fuerte. Aunque también es cierto que al iniciarse la novela está comprometida, sin desearlo, con un joven elegido por su familia.
No obstante, su estancia en Irlanda le sirve no sólo para descubrir el amor, sino también a sí misma.

La relación entre Dargo y Cristina empieza como una lucha de voluntades: el fantasma trata de ahuyentarla de sus dominios, que ve amenazados, y la eficiente y lógica joven trata de explicar racionalmente los extraños fenómenos qué suceden entre aquellos muros.
Pero ésta da paso a infinidad de tiras y aflojas entre ambos, en los que la tensión y una intensa atracción está siempre latente hasta que estalla finalmente.

Uno de los puntos más divertidos son las continuas disputas verbales entre la pareja protagonista. Somos testigos de cómo, poco a poco, Dargo va amoldándose a las expresiones, vocabulario y costumbres de la época moderna (pese a que inicialmente sólo le falta hacerle a Cristina un exorcismo al verla y oírla). Y por supuesto, entre ellos nace una historia de amor tierna pero a la vez apasionada con diálogos conmovedores y escenas inolvidables.

Como dije previamente, creo que Lo que dure la eternidad es una novela que envuelve fácilmente en su lectura, donde encuentras una trágica leyenda, una maldición a romper, una reliquia sagrada y un amor -que se supone imposible- entre un fantasma irlandés y una joven española. Elementos que, a mi parecer, enriquecen y crean una atmósfera que te arrastra a la lectura, en una ambientación con muestra la misma madurez y experiencia exhibidas por las autoras clásicas y consagradas en el género romántico.

Pero tiene un aliciente añadido a cualquier escritora anglosajana: está escrito originariamente en español y eso, sin duda, se aprecia en la lectura y la riqueza de la narración, que te garantizan la esencia propia de su autora, Nieves Hidalgo. Esto es algo que, en mi opinión, las traducciones no logran reflejar en ocasiones.
En pocas palabras, son sus personajes carismáticos, la exuberante Irlanda como telón de fondo, y la belleza de esta historia de amor, los ingredientes que para mí la hacen una novela inolvidable.
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